operaciones entre espejos


Mauricio Lupini. Operaciones entre espejos.
Por Félix Suazo

En 2010 Mauricio Lupini (Caracas, 1963) presentó la exposición “Espacio sin volumen” en Periférico Caracas / Arte Contemporáneo, oportunidad en la que reunió un cuerpo de trabajos cuyo núcleo central era la reconstrucción parcial, a escala 1:1, de la ya desaparecida Villa Arreaza, también conocida como La Diamantina, obra del arquitecto italiano Gio Ponti. Este fue el punto de partida para abordar algunos episodios de la arquitectura, el diseño y el arte modernos en Venezuela, destacando el proceso de descomposición prematura de esa memoria y el papel de los documentos visuales (planos, dibujos, fotografías, videos) en la recuperación de aquel legado.
Algunas de estas ideas, reaparecen en la muestra que Lupini ha preparado para la Galería Ignacio Liprandi de Buenos Aires en 2012, donde se reúnen una serie de registros provenientes de la  Casa Curutchet en La Plata y videos del Conjunto Habitacional Pedregulho en Rio de Janeiro, además de incluir varias fotografías de la citada instalación sobre  la Villa Arreaza  realizada en Periférico Caracas y un video elaborado con imágenes fijas tomadas en el Museo Nacional de Estocolmo. Todo ello extiende la revisión de la idea de lo moderno a otros lugares del continente, donde también se manifiesta el desvanecimiento de su condición patrimonial.
Las fotografías y videos de Lupini se enfocan en el proceso perceptivo y no en las cualidades físicas del referente. Lo importante no es ver “algo”- ya sea una escena doméstica, un objeto, un edificio-  sino mostrar cómo ese “algo” deja de ser “cosa” para convertirse en la impronta iconográfica de lo que era. En otras palabras, aquí se trata de la imagen como documento  de una realidad fallida y de los sistemas de codificación que enmarcan y jerarquizan su sentido. En consecuencia, en estos trabajos no hay  adentro ni afuera, sino “transparencias reflectantes”  que alegorizan el lugar ilusorio donde se funden la cosa vista y su entorno, lo virtual y lo fáctico, lo que está y lo que ya se ha esfumado.
Ahora bien, más allá de los tecnicismos fisiológicos, las consideraciones de Lupini intentan rastrear las secuelas del programa moderno en Latinoamérica, enfocándose en la reconstrucción documental de modelos arquitectónicos y urbanísticos, ya sea de carácter popular o de uso privado. Tanto el Conjunto Habitacional Pedregulho diseñado por el arquitecto franco brasileño Alfonso Reidy, como las unidades de vivienda multifamiliar  del 23 de enero en Caracas a las cuales el autor les dedicara una obra anterior, forman parte de las promesas de bienestar y equidad preconizadas por los gobiernos de Brasil y Venezuela a fines de la primera mitad del siglo XX. De manera similar la Villa Arreaza (1954-58) y la Casa Crutchet (1949 -1955) concebida por el arquitecto suizo Le Corbusier, dan cuenta de cómo estos ideales moldearon el gusto de las élites económicas del continente.
Entre el deterioro, la desaparición precoz y el cambio de uso, estas edificaciones figuran hoy como el emblema de las aspiraciones inconclusas de millones de personas. Son las reliquias de un porvenir trunco. Sin embargo, Lupini no las refiere con nostalgia, sino que las somete a un meticuloso análisis perceptivo, develando la lógica que ha permitido su paradójica transformación en ruina. Vista desde el presente, la novedad de otrora encarna una dialéctica retroactiva, sin cambio, seductora pero estéril.
Bueno es recordar que la vocación universalista del proyecto moderno se diseminó por todas partes, no solamente en aquellas naciones de occidente que promulgaron los beneficios del progreso, sino también en los países que abrazaron epilogalmente estas ideas o que depositaron en ellas sus anhelos de bienestar. En Latinoamérica – unos países más que otros -  se afiliaron a este modelo e intentaron implementarlo, aún careciendo de las condiciones adecuadas para su sostenibilidad en el tiempo. Se erigieron puentes y autopistas, se construyeron edificios y ciudades, se introdujeron los avances de la ciencia, la técnica y las artes; todo ello sin obtener los resultados esperados y sin alcanzar las conquistas prometidas. Porque así como la modernidad se extendió por doquier, también falló en donde quiera que se pretendió implantarla; sobre todo en las sociedades que han permanecido sujetas al voluntarismo de sus gobernantes y el auto saboteo de la clase política.
Estamos lejos de suponer que la modernidad cultural es un capítulo superado en la región, sobre todo en un momento en que distintas organizaciones y personalidades promueven vigorosamente algunos de los segmentos más conocidos de esa historia. Sin embargo, no se puede negar que mientras esto ocurre, otras situaciones al margen de la narrativa dominante permanecen en la penumbra, pendientes de una exploración más atenta. Con la delicadeza que lo caracteriza, Lupini centra su motivación en los aspectos menos predecibles, precisamente allí donde lo real se debilita y los dispositivos de mediación muestran su potencial persuasivo.  Después de todo, no es lo mismo hacer fotografías de objetos de diseño en el Museo Nacional de Estocolmo que retratar su reflejo en las vitrinas para luego proyectar estas imágenes en una secuencia continua como sucede con la obra “Hägring”. Tampoco es lo mismo dejarse seducir por la imaginería  promocional que resalta la imponencia arquitectónica del Pedregulho que mostrar – como lo hace el artista- la manera en que viven las personas que allí habitan  a través del reflejo en la pantalla de un televisor apagado, cual  mirada  ciega hacia una cotidianidad  confinada en la virtualidad telemática.
En síntesis, la propuesta de Lupini nos coloca ante un horizonte incierto, donde no se sabe en qué lado del espejo se encuentra el sujeto ni cuál es el sitio que le corresponde a los deseos insatisfechos. La modernidad que reseña el artista está plagada de realidades superpuestas que son susceptibles a  toda clase de fabulaciones y a las cuales hay que aproximarse con cautela, dejando que la percepción se haga cargo de dilucidar, tal como propone Jacques Ranciére,  la compleja repartición de lo sensible.   
Caracas, septiembre de 2012